lunes, 20 de abril de 2009
Lun, 16/03/2009 - 17:56 — AReyes http://www.milenio.com/node/184849
Como miembro activo, era común terminar tu vida de tropa y regresar a los pocos meses como dirigente de la misma, mientras que en la manada, más de una quinceañera ejercitó su instinto maternal encargándose de lobatos y gacelas, incluido el cambiarles la ropa a algunos de ellos que, todavía, carecían del dominio total de sus esfínteres.
La mayoría de los adultos del grupo se agrupaban en el Comité de padres de familia, encargados de organizar kermeses en un parque para reunir fondos con que financiar nuestras actividades, ya fuera vendiendo quesadillas o aguas frescas. Una de las funciones del jefe de grupo era mantener a raya a los integrantes del Comité de padres de familia para que estos se limitaran a sus funciones establecidas.
Luego conocí a otra clase de adultos entregados en cuerpo y alma a conducción los destinos de la Asociación de Scouts de México, en una lógica que nunca dejó de serme inescrutable: integraban comisiones, consejos, cortes y asambleas nacionales, al tiempo de asistir a toda clase de reuniones, cursos, talleres, seminarios y conferencias, nacionales e internacionales, donde se definía el destino del escultismo nacional, interamericano y mundial.
Nunca tuve en claro el vínculo existente entre ellos y la tropa que se reunía sábado a sábado en un parque a jugar bordón envenenado y a aprender a hacer el nudo del rizo.
Sin embargo, como todos, experimenté en carne propia las decisiones de esas personas.
Un día mi jefe de tropa nos avisó que iba a cambiar el plan de adelanto; incluso nos llevó a una reunión de provincia donde, en un salón a oscuras y con un calor sofocante, nos pasaron una serie de diapositivas explicándonos los pormenores y bondades del nuevo plan de adelanto introducido a principios de los años ochenta.
Nunca entendí un carajo y la neta sigo sin entenderlo.
Nadie me preguntó entonces, con mi Segunda Clase que orgulloso lucía en la camisola, si quería que me la canjearan por el Explorador/ Kon Tiki que, al final, me dieron (desde entonces supe lo que era salir bailando en las conversiones a otros tipos de cambio). Tampoco conocí a ningún tropero a quien se lo hubieran preguntado. Sólo supe que un grupo de adultos decidió lo que era mejor para nosotros.
Periódicamente ocurre lo mismo: un grupo de adultos decide que es lo mejor para los muchachos, y sigo sin conocer a alguno de los beneficiarios de dichas decisiones que, previamente, le pregunten su opinión.
Visto así las cosas, resulta más benéfico para el escultismo que los adultos vendan quesadillas y aguas frescas en un parque.
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